miércoles, 30 de noviembre de 2011

LECHUZA HERIDA EN MUSKIZ

Todo sucedió en una excursión con la clase, mientras recibíamos las pertinentes explicaciones sobre el complejo dunar de la playa de La Arena (Muskiz) y su restauración. Caminábamos entre Pancratium maritimum, Euphorbia paralias y Ammophila arenaria, especies típicas de este ecosistema.

Euphorbia paralias.
A lo lejos, un ave blanca. A simple vista y teniendo en cuenta el hábitat en el que nos encontrábamos supuse que se trataba de una garceta o de una gaviota, hasta que observé a través del visor de la cámara. Era una maravillosa lechuza común (Tyto alba), pero algo le ocurría.

Lechuza común (Tyto alba).
Inicialmente, me dio la impresión de que tenía un ala dañada, sobre todo porque la tenía en una posición extraña, pero en el momento en el que varios compañeros de clase se dispusieron a atraparla (para llevarla a la Base Gorria, donde esperemos se recupere pronto), realizó un par de vuelos a corta distancia aunque sin dar señales de lesión alar.

Lechuza común / Hontz zuria.
La captura fue lograda sin sobresaltos ni excesivo estrés por parte del titónido, mas este tipo de acciones siempre conllevan cierto sufrimiento para el animal.

Lechuza junto a la chaqueta de un compañero que intentaba capturarla.

Parte trasera de la lechuza mostrando su maravilloso plumaje.
Desgraciadamente, la rapaz no tenía buena pinta la última vez que la vi, pues permanecía echada e inmóvil. Ojala en pocos días vuelva a volar.
La lechuza común es una rapaz nocturna, por lo tanto, pertenece al orden Strigiformes. Su visión en la noche, es una mezcla de sensaciones casi ancestrales, entre realidad y leyenda. Su sonido combinado con su fantasmagórico aspecto, hacen de ella un ave especial que en la oscuridad de campos y pueblos nos pone la carne de gallina.

Lechuza común / Barn owl.
Su sentido de la vista es muy agudo, pero su oído (como el del resto de rapaces nocturnas) es extraordinario. Ello es la muestra de la especiación de este maravilloso orden de aves, evolucionadas para matar en las tinieblas. Ojos grandes, que en el caso de la lechuza son negros; plumas rectrices desflecadas en su borde anterior silenciando el vuelo y convirtiéndolas en criaturas todavía más sigilosas; y sentidos altamente sensibles. Oído y vista.

Lechuza común.
Tristemente, la población de lechuzas ha descendido. Se están quedando sin su hábitat puesto que los campos se trabajan menos y donde antes había prados y campas de gramíneas, ahora nos topamos con terrenos colonizados por arbustos y árboles. Además en Vizcaya, los campos agrícolas están siendo sustituídos por plantaciones de pino de Monterrey (Pinus radiata) y eucalipto (Eucalyptus globulus y E. nitens), lo que agraba la situación.

Lechuza común (Tyto alba).
En Loiu, por ejemplo, era frecuente hace unos 9 años observar alguna lechuza cerca de caseríos o en el campanario de la misma iglesia del pueblo, donde la descubrí en más de una ocasión, pero desde entonces no he vuelto a ver ningún ejemplar. Ni siquiera en las numerosas salidas nocturnas que hemos realizado Jon y yo en los últimos 2 años en los alrededores. Chotacabras grises, cárabos y autillos frecuentan la zona, pero de lechuzas nada.

Lechuza de Muskiz.
Por lo tanto, es nuestro deber proteger a esta especie y en extensión, a todas las estrigiformes. Han sufrido el odio y los ataques de los hombres que por creencias, las tomaron por seres malignos y se lo debemos.
Esperemos que la malfortunada lechuza de Muskiz sobreviva.

Lechuza común / Hontz zuria.

PUBLICADO POR: ENDIKA ARCONES OTERO

lunes, 21 de noviembre de 2011

DE PASO POR URDAIBAI

Impresionante el día que me deparaba el 7 de Noviembre. Tal vez no tanto por diversidad, sino por cantidad; pero también porque en las dos ocasiones que había visitado la zona de San Cristóbal (emplazada en la margen izquierda de la reserva de la biosfera de Urdaibai, dividida por el río Oka y su desembocadura en el Cantábrico) no había tenido demasiada suerte, si exceptuamos los avistamientos de halcones peregrinos, bandos de lúganos, ostreros, zarapitos reales y un par de negrones.

Hembra de lúgano (Carduelis spinus) alimentándose de semillas de aliso (Alnus glutinosa).
Esta vez, acudí al lugar en una salida con la clase y, sinceramente, no esperaba un gran día en lo pajaril. Si lo pensamos detenidamente, la tormenta de hace dos fines de semana debía hacerme pensar lo contrario, mas el día gris y la fina lluvia que caía esa mañana me empujaba a la desesperanza.
Nada más llegar, fuimos a visitar la torre Madariaga, una especie de centro de interpretación cercano a las marismas de San Cristóbal. Un lugar recomendable para cualquier amante de la naturaleza.
Posteriormente, nos dirigimos hacia el observatorio de la marisma. Durante el camino, pasamos entre alisos y tarays donde se escuchaban herrerillos comunes, carboneros comunes y algún camachuelo.

Herrerillo común (Parus caeruleus).
También eran abundantes los bisbitas pratenses y las lavanderas blancas que nos sobrevolaban una y otra vez.

Lavandera blanca (Motacilla alba).
El suelo bañado por la arena, estaba tapizado en su mayoría de siemprevivas.

Siempreviva (Helichrysum stoechas).
Los juncos se esparcían por aquí y por allá en una armoniosa asimetría, mientras un plátano con las hojas ya marrones por el poder del otoño y dos chopos reinaban en el campo.

Juncus acutus.
Chopo (Populus nigra) con el bonito color amarillo propio del otoño.
Una urraca graznaba en la lejanía y las cornejas negras se alimentaban entre las gramíneas.

Corneja negra (Corvus corone).
Nos paramos a los pies de un carrizal situado a la izquierda del plátano y comenzamos a escuchar un reclamo inconfundible: ansares comunes. Un bando de unos 90 ejemplares volaba en formación "v".

Bando de ansares (Anser anser).
Ansares comunes (Anser anser).
Ya se podían oir los primeros zarapitos reales, y las primeras gaviotas patiamarillas y reidoras se dejaban ver volando por encima de la marisma, aún a cierta distancia.

Gaviota patiamarilla (Larus michahellis).
Continuando el camino hacia el viejo observatorio de madera, 6 limícolas nos sorprendieron volando repentinamente a escasos metros de los compañeros que se encontraban más adelantados. La ausencia de reclamo no permitió una identificación rápida, pero su cuerpo parduzco y alas con los extremos negros y manchas blancas no dejaban lugar a dudas, se trataban de alacaravanes. Mientras tanto, los zarapitos reales continuaban reclamando.
Acto seguido, una rapaz surgió, tal vez de algún árbol cercano, aunque no lo puedo asegurar con certeza. Sobrevoló las aguas que bañan la marisma y al poco una corneja negra se puso a perseguirla. La poca luz me dificultó la identificación, pero era demasiado clarito y pequeño. Su gran cabeza y alas redondeadas me sacaron de dudas. Era un precioso búho campestre (Asio flammeus), el cual no esperaba encontrar por estos lares.

Imagen lejana de búho campestre (Asio flammeus).
Búho campestre perseguido por corneja negra.
Casi a punto de entrar en el observatorio, un bando de unas 40 avefrías paso volando delante nuestro, a una distancia prudencial, eso sí.

Bando de avefrías (Vanellus vanellus).
Al entrar, lo primero que vimos fue una gaviota reidora en la orilla.

Gaviota reidora joven (Larus ridibundus).
Pero inspeccionando mejor dimos con un grupo de unas 12 espátulas (Platalea leucorodia), además de alguna garza real y garcetas comunes.

Garceta común (Egretta garzetta).
Los cormoranes grandes se apostaban al otro lado del estuario junto a gaviotas reidoras y cornejas negras. Pero en el agua se veían gran cantidad de puntos oscuros. A través del telescopio vi claramente que se trataba de cercetas comunes, aunque entre ellas se escondían un buen número de silbones europeos y, como mínimo, 2 cucharas comunes (macho y hembra). Su número era ingente, quizás unas 150 anátidas. Una visión espectacular.

Gran bando de anátidas.
Los zarapitos reales no paraban de cruzarse por delante de nuestro campo de visión, y un grupo de 7 correlimos comunes huyeron de algún rincón con su rápido y ágil vuelo dando punto y final a una jornada maravillosa.

Zarapito real (Numenius arquata).



PUBLICADO POR: ENDIKA ARCONES OTERO

sábado, 12 de noviembre de 2011

SEGOVIA SALVAJE: LOS MONTES DE VALSAÍN

Después de visitar la ciudad y sus magníficos monumentos como el Acueducto y el Alcázar, Zuriñe y yo decidimos acercarnos a San Ildefonso desde donde partiríamos hacia los conocidos montes de Valsaín.

El conocidísimo y magnífico Acueducto de Segovia.
Ya en la ciudad pudimos disfrutar de la naturaleza. En el acueducto escuchamos los chasquidos de los murciélagos por la noche y los graznantes bandos de chovas piquirrojas por el día, siendo estos últimos especialmente grandes en la catedral de Segovia, alcanzando los 70 u 80 ejemplares.

La Catedral de Segovia.
En los parques y muros las grajillas (Corvus monedula) nos deleitaron con sus llamadas y su bello plumaje, siendo especialmente buenos los avistamientos en las paredes de la ribera del río Eresma, donde también eran acompañados por palomas bravías salvajes (Columba livia).

El río Eresma.
2 grajillas (Corvus monedula) en un chopo.
Grajilla (Corvus monedula).
Palomas bravías (Columba livia) que compartían sitio con las grajillas.
Paloma bravía (Columba livia).
Era impresionante el número de rapaces que se podían observar en plena urbe: desde águilas calzadas y milanos reales, hasta buitre leonados y negros; todo un regalo para la vista.

Aguililla calzada (Hieraaetus pennatus).
Ya en San Ildefonso, fuimos a visitar el Embalse del Pontón Alto. Valsaín lo visitaríamos al día siguiente.

Preciosa vista del Embalse del Pontón Alto.
Nada más llegar, vimos un cormorán grande pescando en las aguas del embalse, pero un pequeño pato lo acompañaba. Se trataba de un macho de ánade rabudo (Anas acuta) en eclipse, que nadaba tranquilamente.
Un buen grupo de ánades reales (Anas platyhrynchos) se mostraban confiados, acercándose a menos de 2 metros de los pescadores que, caña en mano, se apostaban en las orillas.

2 machos de ánade real (Anas platyrhynchos) fotografiados en Txoriherri.
Sin duda, el pájaro más abundante de lugar (y yo creo que de todos los lugares que visitamos) era el papamoscas cerrojillo (Ficedula hypoleuca). Lo pudimos ver aquí y allá, siempre oteando en busca de insectos. También cerca de un papamoscas gris (Muscicapa striata) que nos permitió ver la notoria diferencia en el comportamiento de ambos muscicápidos, pues el gris tras un ataque regresa al mismo posadero y el cerrojillo, en cambio, cambia de lugar.

Papamoscas cerrojillo (Muscicapa striata).
Carboneros comunes, petirrojos, herrerillos comunes, verdecillos, jilgueros y collalbas grises conforman el resto de paseriformes avistadas en la zona.

Petirrojo (Erithacus rubecula).
Continuamos con la ruta mientras los buitres leonados sobrevolaban el embalse a gran altura y a lo lejos, un alcaudón meridional (Lanius meridionalis) que, encima de un arbusto, vigilaba el entorno dispuesto a abalanzarse sobre alguna presa potencial.

Foto testimonial de alcaudón meridional (Lanius meridionalis).
A cada paso, un nuevo ser pedía ser fotografiado. Los líquenes eran diversos y en una misma roca era posible ver hasta 8 especies. Uno de ellos era especialmente bonito, de un verde brillante que ensombrecía los colores del resto de líquenes, una especie del género Rhizocarpon. Umbilicaria sp., Xanthoria calcicola, Lasallia pustulata y Aspicilia sp. eran algunas de las especies o géneros observadas.

Rhizocarpon sp.
Ramalina capitata.
Una mariposa Hipparchia alcyone volaba a nuestro alrededor. ¡Qué preciosidad!

Hipparchia alcyone sobre musgo del género Orthotrichum.
Llevábamos un buen rato andando y necesitábamos refrescarnos. Nos acercamos a las aguas del embalse y metimos los pies en él, causando un pequeño revuelo entre los cuantiosos percasoles (Lepomis gibbosus) que lo invadían.
Son peces preciosos, pero no deja de darme pena la presencia de estas especies introducidas que le quitan el sitio a nuestros peces autóctonos.

Percasol (Lepomis gibbosus).
Caminando un poco más al borde de la masa de agua, vimos un solitario pino silvestre con su característica corteza.

Corteza de pino silvestre (Pinus sylvestris).
En el aire, un águila calzada planeaba en círculos. De repente, la rapaz comenzó a planear con las alas arqueadas hacia atrás, a gran velocidad y dirigiéndose hacia donde nos encontrábamos pasando muy cerca de nuestras cabezas. Alucinante.

Águila calzada (Hieraaetus pennatus).
Águila calzada.
El regreso no nos depararía excesivos avistamientos, salvo varios verdecillos y los omnipresentes papamoscas cerrojillos.

El cielo de San Ildefonso.
Ya en la habitación del hotel en San Ildefonso, dormí pensando en las aves que podría observar en Valsaín. El águila imperial (Aquila adalberti) no paraba de rondar en mi cabeza.

Madrugada en San Ildefonso.
A la mañana siguiente, me asomé a la ventana mientras la luz solar brillaba en los tejados de las casas. Encima de éstos, chovas piquirrojas y estorninos negros imprimían una peculiar melodía al alba. Había llegado el gran día. ¿Qué especies y paisajes me depararía Valsaín?
Nos pusimos en marcha rápido para llegar a tiempo a la parada de autobús, que nos llevaría al pueblo de Valsaín desde donde iniciaríamos nuestro periplo.
Una vez en el pueblo observamos el contraste entre las sierras repletas de pinos y los valles bañados por arbustos y gramíneas.

Vistas cerca del inicio de la ruta desde el pueblo de Valsaín.
Junto a exhuberantes bosques de Quercus pyrenaica aparecían campos como éste, en los que pude observar distintos alaúdidos.
En los tejados de las casas, los gorriones comunes y molineros revoloteaban junto a los estorninos negros y pintos.

Gorriones comunes (Passer domesticus).
Estorninos negros (Sturnus unicolor).
Estorninos pintos (Sturnus vulgaris).
Las tórtolas turcas y las grajillas compartían los cables y postes eléctricos, llenando el ambiente de sus sonidos.

Tórtola turca (Streptopelia decaocto).
Grajilla (Corvus monedula).
Grajilla (Corvus monedula).
Un gran bando de golondrinas comunes se alimentaba a baja altura junto a un establo a la par que nosotros ascendíamos hacia los montes.
 Los arbustos de las rosas silvestres (Rosa canina) comenzaban a aparecer a los lados. Los rebollos (Quercus pyrenaica) se hacían más abundantes a cada paso mientras los buitres leonados y negros compartían el cielo.

Corteza de Roble melojo (Quercus pyrenaica).
Buitre negro (Aegypius monachus).
Algún cuervo acompañaba con sus duros graznidos el paisaje que se extendía ante nosotros, cada vez con más pinos silvestres abriéndose paso en el rebollar. Una alondra totovía (Lullula arborea) se alimentaba junto a la pista, acompañada de algún intrépido trepador azul. El número de estos últimos era enorme. Nunca había oído tantos en un mismo lugar, cada pocos minutos aparecía uno y así durante toda la jornada.

Trepador azul (Sitta europaea) entre líquenes de la especie Evernia prunastri.
Milanos reales y aguilillas calzadas bailaban en el azul celeste, aunque no todo era tranquilidad. Una calzada de fase clara se atrevió a atacar a un enorme buitre negro que cometió la osadía de internarse en el territorio de la pequeña rapaz.

Milano real (Milvus milvus).
Águila calzada persiguiendo a buitre negro.
Cuando las coníferas dominaban ya el monte, un cuervo nos sorprendió por su cercanía. Estaba a escasos 5 metros quitándole la corteza a un pino (si alguien sabe a que se debe este comportamiento le agradecería que me informase acerca de ello) y yo aproveché para realizarle varias instantáneas.

Cuervo (Corvus corax).
Cuervo (Corvus corax).
El señor de los córvidos no era el único de la familia presente en el pinar. Arrendajos, cornejas negras y urracas volaban por encima de los pinos, en ocasiones persiguiendo a los milanos reales que se dejaban ver con frecuencia.

Milano real (Milvus milvus).
Unos minutos más tarde pudimos ver muérdago (Viscum album) parasitando a un puñado de pinos. Nunca había visto a esta planta semiparásita en coníferas y me sorprendió, pues los pinos no deben dejar mucha luz solar para que pueda realizar la fotosíntesis, ya que en otoño no pierden sus acículas. El zorzal charlo (Turdus viscivorus), es la especie comedora de muérdago por excelencia y si nos fijamos en el nombre científico podemos deducir que "viscivorus" viene a decir comedor de muérdago. Se alimenta de sus bayas que, pese a ser tóxicas, su sistema digestivo le permite consumirlas.
 Los trepadores azules continuaban reclamando a nuestro paso. A veces junto a reyezuelos listados (Regulus ignicapillus), mitos (Aegithalos caudatus) y carboneros garrapinos (Parus ater). Las aves nunca dejaron de acompañarnos.

Trepador azul buscando alimento entre los líquenes.
Trepador azul (Sitta europaea).
Carbonero garrapinos (Parus ater).
Nos detuvimos para almorzar en una roca a la vera del pinar. Mis oídos continuaron trabajando captando los sonidos de herrerillos capuchinos (Parus cristatus) y agateadores comunes (Certhia brachydactyla).

Agateador común (Certhia brachydactyla).
Terminados ya los bocadillos, continuamos con paso firme nuestra marcha.
Un gavilán (Accipiter nisus) surgió de la espesura. Era una hembra que con sus ojos dorados todo lo observaba. Voló alto, pero a la suficiente distancia como para verlo bien.
 
Hembra de gavilán (Accipiter nisus).
Los ratoneros dejaban ver su plumaje marrón con relativa frecuencia. Tratando de observar uno de éstos algo enorme surgió detrás. Era un rapaz gigante. Y cuando se hubo acercado lo suficiente, su temible pico y el blanco borde alar anterior no dejó lugar a dudas. Era un águila imperial (Aquila adalberti).

Busardo ratonero (Buteo buteo).
Águila imperial adulta (Aquila adalberti).
En cuanto apareció este primer ejemplar, comenzaron a aparecer 2, 3 y hasta 4 imperiales durante el itinerario.

Águila imperial ibérica.
Incluso un adulto se cruzó de un lado a otro de la pista a unos 10 metros. IM-PRE-SIO-NAN-TE. Si al cercano avistamiento le añadimos el temible reclamo que surgía de su garganta, la experiencia puede definirse como inolvidable. No pensé que las águilas eran vocales fuera de la época de cría, pero sin duda las imperiales de Valsaín lo son.

Águila imperial juvenil (Aquila adalberti).
Olvidándonos por un momento del cielo y fijándonos en la foresta, observamos en 2 ocasiones a los reyezuelos sencillos (Regulus regulus), bastante más escasos que los listados. Preciosos y diminutos, de hecho, las aves más pequeñas de Europa.
Sólo nos faltaba por ver a los verderones serranos (Serinus citrinella). No andarían muy lejos, pero no íbamos a tener suerte con este hermoso fringílido.

Fotografía de un macho de verderón serrano (Serinus citrinella) realizada por Zuriñe en Soria.
El regreso deparó buenos avistamientos, pero sólo los bandos de alondras (Alauda arvensis), totovías (Lullula arborea) y collalbas grises (Oenanthe oenanthe) son dignos de mención. Aún así, fue un día redondo con multitud de especies orníticas y algunas emblemáticas como el águila imperial.

Alondra totovía (Lullula arborea).

 Valsaín, maravilloso.

Pinar de Valsaín.

PUBLICADO POR: ENDIKA ARCONES OTERO

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